Buscas un plan b, quieres una salida de emergencia, pero cada vez que hablas de la idea con alguien se ríen de ti, no te creen capaz, te hacen sentir tonto y te invitan a poner los pies en la tierra porque, hijito, “la cosa está jodida.”
Resignado, poco a poco la idea de aferrarte a tu empleo se hace más atractiva y te vas dando cuenta que tus maestros tenían razón: el reconocimiento en la vida lo encuentras en aportar al mundo desde un empleo que te permita pagar tus deudas y mantener aceitada la maquina que mueve al status quo.
Finalmente, te rindes ante la impotencia y carencia de ideas y, al igual que miles de personas, encuentras refugio en tu trabajo, donde por el hecho de quedarte 4 horas después de tu jornada, alguien más te dice que eres competente y productivo.
Felicidades, te has convertido en un desempleado que trabaja.
Y no, no le estoy hablando a ese padre de familia que alimentado por la devoción y cariño a sus hijos cuida esa fuente de ingresos mensuales que le permite llevar el pan a su casa.
Tampoco me refiero a esa madre que no depende de nadie más y que con valentía e infinito amor saca adelante a su hogar y no permite que le falte nada.
Te hablo a ti, que solo tienes un par de años en el mundo laboral y ya has caído en la trampa del empleo seguro. ¿No has visto las noticias en el 2020? La estabilidad laboral hoy en día es un mito.
Te estás dejando la piel y la salud en un empleo que te reemplazaría en menos de 48 horas si algo te sucediera.
¿Y sabes qué es lo peor? NI SIQUIERA TE GUSTA LO QUE HACES.
Soy consciente que también hay casos de personas que se dedican con alma y corazón a ese trabajo que las hace sentir plenamente realizadas. Doctores, maestros, cocineros, mecánicos entre otros tantos profesionales que han hecho de su trabajo un medio para servir y ayudar a otros. Esa libertad y realización vocacional es digna de admirar y también emular. Tristemente, representan un porcentaje minúsculo de la población económicamente activa.